Publicado en Project Syndicate por Ian Buruma*, Noviembre de 2007.
AMSTERDAM – En su conjunto, las democracias pequeñas de Europa Occidental han sido excepcionalmente afortunadas. Más libres y ricos que cualquier otro lugar del mundo, países como Holanda, Bélgica y Suiza parecerían tener poco de qué preocuparse. Por eso normalmente el mundo escucha menos de ellas que de Afganistán o, digamos, Kosovo. Sin embargo, los tres han tenido presencia en los medios últimamente, y no por razones felices.

Hoy la fuerza política más exitosa de Suiza es el Partido del Pueblo Suizo, de Christoph Blocher. El material de propaganda del partido lo dice todo. Un cartel muestra tres ovejas blancas expulsando una oveja negra de la bandera suiza. E imágenes de drogadictos y mujeres musulmanas con pañuelos en la cabeza se contrastan en una película promocional con escenas idílicas de los Alpes y bancos que funcionan con eficiencia: la Suiza del Partido del Pueblo.

Vlaams Belang, el partido nacionalista flamenco, puede no ser el mayor partido de Bélgica, pero ha tenido buenos resultados en las elecciones locales. Al igual que el Partido del Pueblo Suizo, Vlaams Belang se alimenta del resentimiento popular hacia los inmigrantes —especialmente los musulmanes— de la Unión Europea y, por supuesto, hacia los valores de habla francesa, de quienes los nacionalistas flamencos quisieran un divorcio. Este último sentimiento está convirtiéndose en una verdadera amenaza a la supervivencia de Bélgica.

Aunque el gobierno holandés sigue estando manejado principalmente por democratacristianos tradicionales y predecibles, está creciendo el populismo de derechas. El Partido de la Libertad de Geert Wilders quiere prohibir el Corán, detener la inmigración musulmana y quitar la ciudadanía holandesa a los delincuentes que provengan de un entorno inmigrante. El nuevo Movimiento “Orgullo de ser holandés”, encabezado por Rita Verdonk, la ex Ministra de Integración, promueve una versión algo más respetable de esta línea dura.

Estos partidos y movimientos comparten la sensación de que los ciudadanos nativos han sido abandonados por las elites políticas liberales, que parecen incapaces o no dispuestas a limitar la marea de inmigración, criminalidad y militancia islámica, así como la erosión de la soberanía nacional por parte de la burocracia de la UE y el capitalismo global.

Estos temores no están, por cierto, limitados a los países pequeños de Europa. La elección de Nicolas Sarkozy en Francia tiene al menos algo que ver con sentimientos similares. Pero los temores de ser devorados por una marea de extranjeros y dominados por potencias externas son más agudos en los países más pequeños, donde las élites políticas parecen particularmente impotentes.

El caso holandés es el más sorprendente ya que, a diferencia de Bélgica, Holanda no tiene una tradición de populismo de derechas ni comparte la insularidad de Suiza. Por el contrario, los holandeses se enorgullecen de su apertura y hospitalidad hacia los extranjeros.

El caso de Ayaan Hirsi Ali, nacida en Somalía y autora del éxito de ventas Infidel , ilustra muy bien los resentimientos populares y la relativa apertura de la sociedad holandesa. Los holandeses han recibido numerosas críticas, en algunos casos exageradas, por el trato que recibió de su país adoptivo. Ha recibido amenazas de muerte de extremistas musulmanes desde que renunciara a su fe musulmana —de hecho, la denunciara—, y se ha visto obligada a vivir como una virtual fugitiva, si bien bajo la protección del estado holandés. Antes de mudarse a los Estados Unidos, fue obligada a abandonar su apartamento en La Haya debido a las quejas de los vecinos, y casi se le retiró el pasaporte. Ahora que es una residente permanente en EE.UU. el gobierno holandés ya no quiere pagar por su protección.

Los comentaristas de EE.UU. y otros lugares han acusado a los holandeses de “cobardía inaceptable”. Salman Rushdie la llamó “la primera refugiada de Europa Occidental desde el Holocausto”. Los intelectuales franceses, que nunca pierden ocasión de mostrar su postura en público, están haciendo campaña para darle la ciudadanía francesa.

El modo en que el gobierno holandés manejó el asunto no fue elegante, por decir lo menos. Pero no estoy seguro de cuántos gobiernos pagan por la protección de sus ciudadanos privados que viven en el extranjero. Estados Unidos no paga por proteger a sus ciudadanos que están bajo amenaza, incluso dentro de su propio territorio.

Es fácil manifestar desdén hacia el gobierno holandés, pero lo que se ha perdido en todo el ir y venir de comentarios es la naturaleza de lo que hizo que Hirsi Ali adquiriera prominencia. Es difícil imaginar muchos países donde una joven africana puede llegar a convertirse en miembro famoso del parlamento apenas después de 10 años de haber pedido asilo.

Sin embargo, las razones de su ascenso no son completamente sanas. Sean cuales sean los méritos –y con considerables— de sus argumentos contra el fanatismo islámico o las costumbres africanas, especialmente las referidas al trato hacia las mujeres, prestó respetabilidad a un fanatismo diferente: el resentimiento nativo hacia los extranjeros, en particular los musulmanes.

De hecho, contrariamente a los que han escrito ciertos comentaristas, no fueron los cobardes liberales quienes hicieron que Hirsi Ali abandonara el país debido a sus opiniones políticamente incorrectas sobre el Islam. Fue traicionada por su propia ex aliada, Rita Verdonk, y una variedad de xenófobos holandeses a quienes no les gusta mucho más una inmigrante negra de Somalia que expresa sus opiniones abiertamente que lo que les agrada el resto de los musulmanes.

Sin embargo, la verdad en estos asuntos cuenta menos que las emociones. Y las emociones en este caso revelan un elemento de lo que los alemanes llaman “Schadenfreude”, o regocijo ante la desgracia ajena: miren cómo hasta los holandeses, que siempre se jactan de su liberalismo y tolerancia superior, han respondido como cobardes cuando sus principios realmente se han puesto a prueba.

Es verdad que los holandeses, orgullosos y cómodos dentro de sus estrechas fronteras, con frecuencia han mirado –al igual que los suizos— al mundo exterior con ciertos aires de autosuficiencia. Y por eso hoy están siendo castigados. Ese es también el destino natural de ser un pequeño país con suerte en Europa Occidental.

*Profesor de derechos humanos en el Bard College. Su libro más reciente es Murder in Amsterdam: The Killing of Theo van Gogh and the Limits of Tolerance (Crimen en Amsterdam: El asesinato de Theo van Gogh y los límites de la tolerancia.)

Vía: www.project-syndicate.org